jueves, 3 de septiembre de 2015

Y al despertar seré igual o más estúpida que hoy

Estoy atrapada en la libertad de mis deseos. Buscando la inspiración. Siendo caos. El elixir enérgico que me da la vida es en realidad el veneno que me consume.
Quiero dejar de escribir. Ahora. Quiero dejar de escribir en este preciso instante. Y ahora podría hablar de los instantes. De lo que son. De lo que significan. ¿Cuánta gente estará durmiendo ahora, perdiéndose la noche estrellada que por desgracia yo tampoco contemplo? o, ¿cuántos teniendo un rato de lujuria y pasión desenfrenada? o, ¿cuántos bebiendo para olvidar que no tienen un amante que les de placer y les recuerde que los ama? Pero no. No significan nada. Un instante es un instante: volátil. Aunque, he de decir que los que duermen, los amantes, los borrachos y yo, tenemos algo en común con los instantes: también moriremos. Incluso somos más efímeros todavía. Los instantes siempre estarán ahí, mientras tanto, nosotros una vez muertos, no seremos más que carnaza sin alma. Premio. Ellos al final no mueren. Maldita sea, qué injusto el destino. Y yo quiero dejar de escribir. ¡Maldita sea! ¿Qué es lo que el destino pretende de mí? Ah, ya. Que exprese mediante palabras mi agonía y desapego. Pues mira, qué quieres que te diga: no tengo ganas. Yo también voy a dormir y a perderme la maravilla de cielo estrellado que ni aún despierta observo.