miércoles, 4 de marzo de 2015

Desarrollo y final

Los que ganan son los que más la aprovechan. La vida, ese camino de colores intensos que comienza en un gran rayo blanco y acaba en un cerrar de ojos negro. 
Mis textos se reducen a la vida, el tiempo y el ego, pero, ¿qué somos si no? Fugaces y hambrientos de poder, veloces, genuinos, también perdidos, quizá amargos. Entregamos nuestras ansias y espíritu incontrolable al mundo, al paisaje, a nuestras creencias, emociones, a nuestra razón de ser, y terminamos siendo todas esas cosas que amamos. 

Yo soy una palabra, o dos, o tres. Soy la música que recuerdas cuando sientes los latidos del corazón. Soy el cielo cuando brilla y cuando cae. Soy la longitud de los mares que chocan en cada rincón de tu cuerpo. Soy unas largas caricias en la espalda. Soy ese ciervo que corre por el bosque, y el gato al que acaricio, y la libélula que vuela entre nubes de polución y caos. Soy los libros de Edgar Allan Poe. Soy mi hermana cuando sonríe, mi madre cuando canta, mi padre cuando cocina. Soy mi pasado, y mis recuerdos. 
Y todo cambia, pero, ¿qué somos si no, más que vida, tiempo y ego?




lunes, 2 de marzo de 2015

Hilos


Tengo tantos escritos inútiles. Se viven infinitas experiencias vanas cada momento. Escribir es inútil. Hablar de sentimientos y vivencias es inútil. Vivir es inútil. Inútil. Carezco de entusiasmo existencial. Lo que mi corazón más desea es dormir durante meses, decir que ansío el sueño eterno sería cerrarme al melodramatismo. Y no hay nada que me guste menos.
No tengo ningún fin cuando escribo frases y líneas repletas de palabras amargas y espíritu indeciso. El dolor me consume en vez de consumirlo yo a él, en forma de copa de vino o de unas cuantas birras. Cansancio del amar, analizar, responder y hablar. La locura me ha alcanzado. Contemplemos el auge de nuestro ocaso mientras dejamos morir el alma, un poco más, un poco menos. Juntaré mis manos hasta que se fundan, tratando de romper los hilos que me hacen marioneta. Después morirá mi cuerpo.

Ramas

Y que le jodan al mundo, pensé. Mi voz desgarrada trataba de huir del gentío, repleto de dóciles e indefensas criaturas. Yo me movía por las maltrechas calles de mi ciudad buscando algún lugar en el que esconderme. Encontraba ramas de árboles secas, tétricas, esperando que cualquier ave nocturna se posase sobre ellas para acompañarlas durante la oscuridad de la noche. Pasos pequeños, cortos, lentos, ambiguos y sin forma. Sorprendentemente a mi parecer éstos eran como huracanes que arrastraban todo conforme se movían, abarcando los corazones más grandes, los momentos más enfermizos, todo aquello que me rodease. Ingenua equivocación, ingenuo pensamiento, ingenuo y torpe ego. Cuanto más quieras correr, menos te moverás. Y yo quería correr para esconderme. Mis ansias, ciegas, me atraparon en un gran bucle destinado a unas de las mayores desdichas de mis días.

Esclavitud en los océanos de almas siniestras y estrépitas. Psicópatas agonizando entre órdenes desconocidas y evangelios sin sentido. Enfermos de amor llorando sucias lágrimas de puro fuego clandestino. Infames estaciones en tierras eternas. Llaves encadenadas unas a otras esperando a ser fusiladas. Y miles de imágenes perdidas en la memoria que aparecen como flashes cuando tropiezas con la más diminuta piedra.
El mundo ya está jodido, pensé. Mi mirada se topó con otras miradas que, ésta vez, huían de la mía. Corrí en busca de alimento que sustentase mi equilibrio moral. Flashes, recuerdos acuosos que emergían y se sumergían en mi barco, desgastando los cañones y moviendo el timón a su vera. Quería gritar: ¡Fuego! Pero, ¿dónde están los marineros? (...)