Ahora mismo necesito que pares. ¿No ves que vas demasiado rápido? ¿Seré yo que voy despacio?
Párate. No lo vas a hacer por mí, la noche es oscura y en nada será de día. No te muevas, quédate donde estás. Deja de huir de mí, escapas entre mis dedos como arena.
Necesito que me escuches, que dejemos de discutir, y que pares, que dejes de correr. Si no es así, yo moriré, tú nunca morirás, el mundo seguirá su ritmo, y todo se mantendrá tan estancado como hasta el momento.
Pero sigues sin escucharme, conforme mis dedos escriben, las luces caen y a mi alrededor todo calla.
—Para— Le susurró ella al tiempo. Y él no contestó, como era de suponer.